Vereda #36. Una flânerie rural
La figura del flâneur nos habla de ese paseante crítico, observador de lo urbano, (micro) sociólogo-antropólogo. Aquel que utiliza el anonimato que ofrecen las multitudes para mirar sin ser visto. Que lee la ciudad como si de un libro se tratara a través de sus carteles, rostros, escaparates. Que busca analizar lo pequeño, atendiendo a lo efímero y en constante cambio que tanto caracteriza a la urbe. Forma de resistencia a la cultura de masas y a la alienación propia del siglo XIX y, a la vez, representación de una clase privilegiada, masculinizada y, quizás, ociosa en exceso.
Dicho todo esto, qué alivio que las ideas estén para evolucionar y adaptarse a los tiempos y que autoras y filósofas se aventuraran a repensar esta figura y explorar qué significa ser una mujer paseante. Una flâneuse.
Las flâneuses existían, […] pero sin nombre y sin relato. Eran invisibles, no porque no existieran, sino porque nadie se detenía en ellas o, mejor dicho, porque el control y la vigilancia sobre la mujer que caminaba sola por la calle, la volvía invisible, la borraba del mapa, la excluía, sin violencia, pero con imposición, del mapa urbano.
LA REVOLUCIÓN DE LAS FLÂNEUSES · ANNA Mª IGLESIA
Si ellas pudieron quitarle algo de caspa a pensamientos de hace dos siglos y ampliar la definición, ¿podríamos seguir sacudiendo y hablar también de una flânerie rural?
Para empezar, me aferro a la idea de no se trata tanto de una práctica urbana, sino una forma de crear narrativa del espacio público. Todo el espacio público. Incluido el rural.
Pese a que una ciudad ofrezca más predisposición que otra a ser observada, la actitud del flâneur es propia del individuo en sí, independientemente de si el lugar por el que pasea ofrece más o menos posibilidades.
EL ARTE DE LEER LAS CALLES · FIONA SONGEL
Probemos.
Primero, para quien en su propio pueblo, y siguiendo el método puro flâneur, observa aplicando el extrañamiento, el anonimato resulta imposible. Es cierto. Pero soy testigo de paseantes que transitan las calles de mi pueblo observando sin llamar la atención, y que, más allá de un ligero saludo y una confirmación de existencia, pasan desapercibidos en la actividad social del grupo. Podríamos decir que existen formas discretas, en lugar de anónimas, que nos permiten mirar sin ser observadas, también en la aldea.
Segundo, la flânerie se alimenta de atender a lo volátil y mutable. Sabiendo que podrá desaparecer en cualquier momento. Y aunque la efervescencia y transformación en el pueblo son sutiles y quizás invisibles para el ojo no acostumbrado, están lejos de ser inexistentes. Un ejercicio consciente de observación del detalle mostrará, más allá de lo obvio, que sí existe el cambio. A su manera. A su ritmo. Sometiéndose también a esa cultura de masas, -los tiempos de aislamiento absoluto pasaron hace décadas- y dando forma a un espacio híbrido donde lo tradicional se mezcla con la vanguardia y es susceptible de ser observado.
Por último, si pensamos, como ya muchas piensan, que la aldea es el territorio y el territorio es la aldea, aumentamos márgenes y ampliamos periferias. Incorporamos las huertas que rodean las casas o que ocupan los jardines. Con sus ciclos a veces inesperados, sobre todo últimamente. Incluimos los caminos que, en lugar de asfalto, son de tierra. Incluimos las veredas, que cambian en función de las pisadas humanas y las no. Nos abrimos a ese lugar no-salvaje, que es paisanaje. No al estilo romántico de Thoreau. No como quien mira un paisaje bucólico como si de un cuadro se tratara, sino como quien observa las historias recientes o antiguas que dejan las huellas en el espacio.
Así que, si nos liberamos de definiciones que ahogan y dejamos que el anonimato sea sustituido por discreción, que la mente se entrene para detectar el cambio más sutil e incorporamos el paisanaje a la idea de espacio público, ¿no puede una mirada crítica analizar desde dentro, sin intervenir, la vida contemporánea en el pueblo? ¿Explorar los efectos de la cultura actual en los ritmos, la ropa, los rituales de quienes viven en los medios rurales?
Si pasear sin rumbo, pero con propósito nos obsesiona, ¿por qué no hacerlo también desde el pueblo?
📚 Para seguir en la espiral paseante
Es sorprendente la cantidad de libros que existen sobre la idea de pasear, pero para no desviarnos mucho (guiño) os dejo aquí dos libros que he disfrutado especialmente y que han servido de estímulo para esta carta.
El arte de leer las calles de Fiona Songel (2021) y La Revolución de las Flâneuses de Anna Mª Iglesia (2019)
🎧 Para escuchar de fondo en cualquier paseo
Lo sé. Un paseo por el campo no necesita de música, pero a veces, una parada en el camino con unos minutos con esta canción es todo lo que necesito en mi día.
Hasta aquí esta Vereda. Gracias por la compañía.
Nos vemos en la próxima carta 👋