“Llego al pueblo y el pueblo es una postal preciosa. […] La carnicería es auténtica. Aquí se ha parado el tiempo. Con los mostradores de mármol viejo, rosado de tanta sangre. Y las baldosas de color ocre. Y visillos blancos de ganchillo por todas partes. Y todo etiquetado a mano. Y un fluorescente que parpadea de vez en cuando. […] Pero la carnicería está cerrada. Miro la hora. Son las once. Son increíbles los pueblos, con esa tranquilidad, esa parsimonia con la que se toman el trabajo, la vida. Me encanta. Ojalá todo fuera así.”
CANTO YO Y LA MONTAÑA BAILA · IRENE SOLÀ
El capítulo La Escena del libro de Irene Solà es una sátira certera e inteligente de la mirada urbana sobre la vida - y la tragedia - en los medios rurales. Una burla a esa imaginación que se queda corta y que interpreta solo la superficie. Y es que la literatura y el cine, grandes responsables de cómo entendemos el mundo, están repletas de vidas frenéticas y crisis existenciales que empujan a la heroína a viajar a lugares bucólicos y calmos. Mundos pequeños habitados por pintorescos personajes presentados como refugio de lo que ocurre en su mal llamado mundo-real.
Desde aquel día, hace ya 4 años, en el que leí aquel libro, los relatos han evolucionado ligeramente y se escuchan susurros de otras voces que cuentan la historia con tierra en las manos. Pero no nos engañemos, la balanza está lejos de estar equilibrada.
Y aunque no me gusta, lo entiendo.
Imaginar más allá, supone reconocer que para quien trabaja una jornada partida y cuida de otras personas en casa, los espacios dedicados al descanso y la inspiración escasean, también en el pueblo. Que en la aldea el estrés, el cansancio del cuerpo, los conflictos y, simplemente, la vida, ocurren igual que en cualquier otro sitio. Es más fácil, en esos días en los que todo se te complica de más, dejar que la mente te lleve a ese lugar en el campo en el que por no haber, no hay ni gente.
¡Imaginad a gusto!
Imaginad a gusto porque ahora que para mí lo rural es costumbre, me he sorprendido alguna vez fantaseando con el estímulo, el anonimato y la efervescencia de la ciudad. La fantasía dura apenas unos segundos. Breve. Pero ahí está.
¡Imaginemos a gusto!
Y cuando haya terminado ese merecido viaje de ficción, tocará meter cuerpo. Carne y piel. Tierra y ladrillo. Cruzar los deseos con la realidad, no solo propia, sino del resto. Profundizar en las historias que otros cuentan y tomarse el tiempo de entender. Escuchar a quien no se suele hacer caso y tomarse la molestia de mirar más allá del ombligo propio.
Porque ¿cómo cambiar sino el relato, si la mayoría de mentes que lo imaginan y cuentan, habitan ciudades? ¿Cómo dejar de poner al pueblo en el otro-lugar y concederle el digno puesto de nuestro-lugar?
Para pararse y leer.
Hablando de cambiar el relato, os dejo aquí este artículo de María Sánchez. Curioso que por ser de inicios de octubre se me haya pasado por la cabeza pensar que se habría quedado antiguo. Qué frenesí el de solo querer consumir contenido de última hora. Y qué fácil es caer en él.
“Sé que hay una María sentada, esperando a que la María del día a día tenga tiempo para compartir lo que escribe, hablar con las amigas, o sencillamente sentarse y escribir. Hace poco me propuse aprender a no torturarme por eso —aunque se hace difícil en estos tiempos—, y a dejarme llevar por lo que me rodea y lo que me pide y puede el cuerpo.”
HAMBRE DE QUÉ · MARÍA SÁNCHEZ
Para pararse y escuchar.
No creo que os descubra nada si os nombro a Rodrigo Cuevas, pero si hablamos de nuevos relatos, no me resisto a recomendar esta canción.
“Si quiero pensar en alto subo al Seyón. Allí me crece el pecho y la inspiración. La gente en la ciudad no sé cómo lo hace. Que a mí las cosas de allí no me satisfacen.”
ALLÁ ARRIBITA · RODRIGO CUEVAS
Os lo digo de verdad. Qué gusto estar de vuelta y qué bien superar la crisis de la carta en blanco. Gracias por la paciencia y por no haberos marchado 🫶.
Nos vemos en la próxima Vereda 👋
No me cansaré de decir lo mismo: "Una maravilla... como siempre!".
Gracias por estar de vuelta. Disfruto muchísimo tus cartas.