vereda #4. Cabello de ángel, leña y dulas.
Estamos en la terraza del bar del pueblo. El día es frío pero aún hace sol y el cuerpo pide gente después de tantos días de encierro. Por suerte, este ha sido uno de esos paseos que acaban en encuentro y en charla.
“¿Cabello de angel? Sí, se hacerlo, lo aprendí de mi madre. Lo hago en la cocina de leña, es como más rico sale. No vale cualquier calabaza, se usa una en particular. La misma que hasta hace unas décadas dábamos a los cerdos criados en casa.”
“Todo el mundo tenía animales entonces; dos o tres cabras para la leche y el queso, algún cerdo para la matanza y un pequeño rebaño de ovejas. Nos turnábamos para sacarlas al campo, así no había que subir cada día. No, la dula era para las cabras, no las ovejas. Unas pocas familias tenían vacas. La Merche era una de ellas, qué ricos sus quesos, nadie los hacía igual.”
“Para el pan nos organizábamos entre nosotras, así sólo tocaba hacerlo una vez al mes. Lo amasábamos en la artesa, arriba en el alto. Muchas familias del pueblo acabaron construyendo hornos de pan en su casa para poder hornear a escondidas cuando los sacos de trigo estaban controlado.”
“Los críos con nosotras al campo o cuidados por la abuela. Sï, algunas mujeres salían a la calle a coser juntas pero yo no. Prefería dar clases de patronaje a las más jóvenes. Yo es que era muy cuca.”
Sus historias se entremezclan saltando de un tema a otro. Las preguntas anotadas en el cuaderno quedan en un segundo plano y se abandonan a la improvisación que da el descubrir conforme hablas. La memoria se desempolva como quien saca brillo al más bonito de los cristales. Anécdotas, imágenes, canciones, palabras. Mientras hablamos en la calle, se acerca otro paisano y se entremezclan recuerdos. Algunos se contradicen. Espera que volvemos a grabarlo. ¿Me lo explicais otra vez desde el principio?
Si algo he aprendido trabajando en proyectos asociados a la cultura rural, es que hablar de patrimonio es hablar de emociones y de identidad. Existe un patrimonio que puedes tocar con la punta de tus dedos. Ves sus grietas y puedes restaurarlo. A veces vive en espacios privilegiados y presume de toda la visibilidad del mundo y otros se llena de polvo en un pajar de adobe que aún huele a pelo de animal y a tierra. Hay también otro tipo. Invisible y escondido. Más difícil de descubrir porque no existe hasta que alguien lo menta. Tiene forma de historias no escritas que cambian ligeramente en su viaje del boca a boca, generación tras generación pero que mantienen su esencia intacta. Su valor es incalculable. Podrás pensar que es puro romanticismo. Otra nostálgica de tiempos pasados que, en realidad, no fueron mejores. Pero creo que hemos confundido pasado con obsoleto y nos hemos creído capaces de construir futuro sin echar ni una leve mirada hacia atrás. Y cuanto más sé de esta mirada rural, de los ritmos del campo y de la vida y las dinámicas que daban forma a este espacio, más cambia mi mirada del mundo, del trabajo, del diseño y más me inclino a pensar que es la mezcla de lo que un día supimos con lo que ahora sabemos la que nos abrirá paso a ideas y formas de vida más enraizadas, más sanas y me atrevo a decir, más justas.
Aquí tienes la versión narrada de esta sección de vereda.
🔈🚶♀️ Un paseo sonoro
El otro día salí a aprovechar los tan esperados rayos de sol de invierno. Pasado un rato llegamos al bosque buscando una cuantas hojas de pino que tomar prestadas para decorar la casa. Conforme nos adentrábamos, la temperatura bajaba y la humedad subía. Poco a poco los sonidos a nuestro alrededor desaparecieron y sólo quedó el de nuestros pasos y nuestra respiración. Puedes escuchar aquí un tramo del paseo.
🎞 La etnografía rural es vanguardia
A principios de los años 90 un director y etnógrafo llamado Eugenio Monesma comenzó a registrar las vidas de quienes vivían en el campo. Grabó sobre sus oficios, sus fiestas, comidas, palabras, aperos. Sus programas salieron durante años en la televisión. Mentiría si digo que recuerdo haberlos visto de niña pero me gusta pensar que así fue y que por eso algunos de sus contenidos me resultan extrañamente familiares. Durante décadas, grabó y grabó hasta llegar a los más de 3000 registros. Hace un año decidió crear un canal de Youtube que empezamos a seguir en casa desde el primer momento. Su trabajo tenía que ver con las historias que intentábamos descifrar en el pueblo y resonaban con la urgencia de quien descubre que hay saberes que se pierden cuando muere la última persona que los guardaba. He seguido cual fan su éxito que ahora acumula a casi medio millón de personas interesadas por un patrimonio muchas veces invisible pero valioso. La cantidad de videos ya es enorme así que te recomiendo:
Este sobre la elaboración del pan o este de la del cáñamo porque permite entender los tiempos que llevan algunos procesos más conectados a los ciclos naturales y no a los sprints.
Este sobre las chozas de los carboneros como ejemplo de un saber que no deja rastro y del que no conoceríamos su existencia si no llega a ser porque alguien se tomo el tiempo de escuchar. Cuando lo veas entenderéis a qué me refiero.
Gracias por acompañarme en esta vereda. Espero que la hayas disfrutado. ¡Hasta la próxima! 👋