Vereda #43. Donde lo habíamos dejado
Sobre formas de cultura alternativas que nos acercan otros mundos
Como ese escueto bien que decimos ante un qué tal de quien hace mucho que no vemos, voy a retomar estas cartas como si nos hubiéramos visto ayer y estuviéramos al día de cada detalle de nuestra vida. Además, nada como un paseo breve y tranquilo para empezar a ponerse al día.
He jugado a videojuegos desde que tengo memoria. Mi padre, cobolero hasta la médula, acumuló durante décadas un buen museo de reliquias informáticas, e hizo que tener un ordenador en casa fuese tan natural como utilizar el microondas. Entre él y mis tíos se aseguraron de que siempre hubiera en casa un disquete lleno de juegos de 500 kB con los que trastear. Visto con perspectiva, tengo que agradecerles que mi historia no sea la de la mayoría de niñas de mi generación, que dependían de los cumpleaños con primos o de la cesión, a regañadientes, de sus hermanos mayores para descubrir la experiencia videojueguil.
No puedo decir que tuviera un criterio exquisito. Todo lo que llegaba a mis manos era jugado hasta que mi madre llamaba —por tercera vez— a cenar. Después llegaron juegos más cercanos a mis gustos reales, y la serendipia quiso que en mi reducido círculo social del momento, una amiga compartiera aficiones tan poco comunes como las mías. Así, las horas en solitario pasaron a convertirse en tardes enteras juntas, descifrando qué narices había que hacer con el pollo de goma.
Cuando puse un pie en la adolescencia, el mensaje de que los videojuegos eran cosa de críos caló en mi imaginario. No recuerdo la última partida que cargué, ni cuál fue el juego con el que me despedí de la infancia, pero sé que abandoné totalmente aquel mundo, convencida de que eso era lo que significaba empezar a ser adulta.
Es irónico que sea precisamente en la treintena, con la madurez más que pegada a las costuras, cuando el juego vuelve a mis rutinas, reivindicando su capacidad de acercar pedazos de mundo al salón de casa. Aquí van dos traídos directamente del mundo de los píxeles:
❖ Pasteles como forma de resistencia
El Sønderjysk Kaffebord es una tradición del sur de Dinamarca en la que se abarrota una gran mesa con pasteles, tartas y dulces caseros. Este eventazo social se hizo muy popular tras la ocupación prusiana de 1864. Durante este tiempo, los encuentros de carácter político estaban totalmente prohibidos, pero nadie podía oponerse a una quedada para darse un buen atracón de azúcar, por lo que se convirtieron en la excusa perfecta para mantener la vida social y cultural y, por qué no, articular la resistencia.
Me siento obligada, por el afán curioso que sé que os caracteriza, a daros algunos detalles de esta costumbre:
Para considerarse un Sønderjysk Kaffebord, debe haber al menos 14 variedades diferentes de pasteles. CA-TOR-CE.
No valía cualquier tipo de pastel; la clasificación estaba clara entre pasteles secos, blandos y con crema.
El café debía servirse de manera generosa (de ahí su nombre).
Era de buena educación probar todos y cada uno de los pasteles para reconocer el trabajo hecho.
Era una auténtica muestra de habilidad para las mujeres, que competían por hacer la mejor bomba azucarada.
¿No es maravilloso lo que se puede conseguir en torno a una mesa llena de comida?
❖ La mirada que se nos suele escapar
Lejos de ser otro ejercicio audiovisual de glorificación de la guerra y un escaparate de heroicidades sobretestosterónicas, This War of Mine te sitúa en la piel de civiles que luchan por sobrevivir en una ciudad devastada por el conflicto. Con un arte precioso y una narrativa inmersiva y brutalmente honesta, el juego te lleva a combinar la búsqueda de recursos esenciales con decisiones morales que te perseguirán incluso después de terminar la partida. Caer en la desesperanza puede ser tan devastador para el desenlace como recibir una herida de bala.
Acostumbrados a la constante exposición a imágenes y relatos fugaces que nos insensibilizan al mundo, el formato inmersivo de los videojuegos se convierte en un recurso muy potente para mostrarnos las historias de otra manera y convertirse en el revulsivo que nos despierte del letargo.
Hasta aquí esta Vereda. Espero que el paseo os haya inspirado a buscar historias en lugares insospechados. El mundo está lleno de ellos. Nos vemos en la próxima 👋
Qué bueno volver a leerte, una veredadera maravilla (badum tsss!)