Si mis abuelas me vieran eligiendo vivir en un pueblo a mis 30 y tantos y dejando la ciudad atrás, no se lo creerían. Me dirían que estoy loca. Que qué cable se me ha cruzado para dejar atrás una vida que incluía todos los pasos que nos dicen desde pequeñas, aseguran el éxito. Ambas habrían estado diametralmente en contra.
Ellas nacieron y vivieron parte de su vida en el pueblo. Una marchó pronto a la ciudad, la otra emigró con un puñado de críos a sus espaldas. Una jamás volvió. La otra, a regañadientes algunos veranos. Un relato común en nuestra historia. Mujeres que abandonan los medios rurales sin deseo de mirar atrás.
Hablamos del arraigo hacia aquellos espacios físicos que nos han visto crecer. En los que nos desarrollamos como personas y que nos dan forma. Donde hemos vivido algunos de los momentos más importantes de nuestra vida y también, donde experimentamos las rutinas del día a día. Es difícil definir exactamente qué lo genera, ya que hay una parte extremadamente personal en lo que nos une a los lugares y nos hace querer volver a ellos. Se trata, además, de una cuestión de género.
Mi cotidianeidad está llena de mujeres que adoran el lugar en el que viven. O que se han acostumbrado a él. Que conocen cada rincón y lo cuidan. Sin embargo, está llena también de aquellas que marcharon a la ciudad huyendo de una vida incapaz de proporcionar las alegrías que buscaban. La libertad e independencia que añoraban, o simplemente, la esperanza de un cambio a mejor. Se insiste en la necesidad de aumentar la población de mujeres en los medios rurales y, sin embargo, rara vez se hace desde un punto de vista que no sea el de cuerpo-vasija, potencial contenedora de prole y guardiana de la natalidad. Con el foco orientado hacia nuestros úteros, se obvia reflexionar sobre qué provocó esa marcha sin retorno.
Algunas de las dinámicas que echaron a patadas a las mujeres en los años 50, se mantienen impertérritas a día de hoy. La carga de cuidados no remunerados y la precarización de los trabajos tradicionalmente asociados a las mujeres. La masculinización de los espacios sociales, como el bar, de los espacios profesionales, como explotaciones ganaderas y de los puestos de decisión, como los de asociaciones del sector primario. La violencia tras las puertas y el silencio que las acompaña. Las trabas materiales y psicológicas para parir cualquier proyecto. La invisibilización del papel histórico de las mujeres en las labores productivas y reproductivas, en la transmisión de la cultura y en la generación de red.
Sobra decir que hay belleza y potencial. Y calidez. Y ganas. Pero no crearemos un futuro que motive a habitar los medios rurales, mucho menos a las mujeres, si no revisitamos aquello de lo que se huyó hace décadas y soltamos ese rancio y pesado lastre.
Una reivindicación
No es casualidad que la artesanía textil sea de las menos valoradas y que lo que antes se englobaba dentro de un insulso “sus labores”, sea ahora rechazado y considerado para muchos un hobby inútil. No es casualidad porque, al fin y al cabo, han sido mujeres las principales dueñas y expertas de la práctica. Por suerte, mi resistencia inicial a sumergirme en este tipo de conocimiento, dio paso, hace pocos años, a una entrega total. Quiero saberlo todo. Bordado, almazuelas, punto, ganchillo, costura, patronaje, arte textil. Y es que como otras artesanías, la práctica trae consigo códigos culturales interesantísimos. Se convierte en espacio de debate, en expresión artísticas y de diseño, en transmisión de conocimiento, terapia y activismo.
Korsnäströja o el sumun de tejer con amigas
Pongámonos en situación: Siglo XIX, región de Ostrobotnia en Finlandia. Se pone de moda un tipo de jersey muy particular y reconocible. El jersey Korsnäch. Su técnica es única y es un auténtico ejercicio de paciencia y habilidad no apta para todo el mundo. Y aquí viene la razón de traéroslo a esta vereda. Buena parte del jersey, se realizaba de manera simultánea por tres tejedoras. De esta manera, no solo la tarea se hacía más ligera, sino que permitía transmitir el conocimiento de manera mucho más eficiente entre expertas y aprendizas. Esto tenéis que verlo.
¿El mes de la mujer?
Este mes va a estar lleno de noticias, posts, imágenes relacionadas con las mujeres. Encuentro que poner el foco en los retos que aún nos encontramos y en las oscuridades que aún existen tiene todo el sentido solo si esa visibilización sirve después para ponernos manos a la obra. Esta no soy yo quejándose del “mes de la mujer” per se, sino de las cursilerías, oportunismos y palos de ciego que en breve empezaremos a ver. Metamos profundidad a lo que decimos y compartimos y llevemos más allá todas esas supuestas buenas intenciones.
El viernes que viene es 8M y estaré manifestándome con mis paisanas por un mundo rural más igualitario, así que aprovecho para recordaros que todos los años María Sánchez y Lucía López escriben el manifiesto del 8M para las mujeres rurales. El de este año aún no se ha publicado, pero os dejo aquí el del pasado para ir calentando.
Os he de confesar que a veces temo que no se perciba lo suficiente la relación de estas veredas con el diseño. Que para quienes venís del sector, os parezcan bizarra la mezcla de artesanía, anécdotas, patrimonios inmateriales y otras divergencias. Sin embargo, luego pienso que no tengo dudas de que todo está conectado y que el diseño puede y debería entenderse como parte de una práctica cultural a partir de la cual reflexionar sobre el mundo y participar de su transformación. Y es ahí donde necesitamos urgentemente nuevas miradas. En cualquier caso, y sea lo que sea lo que ocupa vuestro espacio profesional, espero que disfrutéis estas derivas tanto como yo.
Nos vemos en la próxima carta 👋
No sé qué motivos llevan a otras personas a leerte, así que solo hablo en mi nombre. Por mi, podrías escribir de cualquier cosa. Hasta de fútbol! Yo vengo aquí a leerte a ti como persona, y todo lo que traigas me parecerá perfecto.
Maravillosa esta edición. Descubrir esa manera a seis manos de tejer ha sido muy inspirador. Quien no encuentre relación con el diseño aquí, necesita volver a mirar(se).