Vereda #35. Solo echo de menos una cosa.
Año 2003. Es la víspera de Nochevieja. Aprovecho el descanso de estudiar para pasear por la zona. Hace un tiempo que la adolescencia me ha alejado considerablemente de la lectura por placer y aun así, la idea de estar rodeada de papel y tinta no ha dejado de apelarme. Miro el escaparte de novedades y entro en la librería. Saludo tímidamente.
Demasiado bajo, es probable que no me hayan oído. - pienso
Ojeo cada estantería. Chequeo el precio de todo calculando que se ajuste a mi presupuesto. Ajustado. Doy vueltas sin saber qué estoy buscando, aunque con la clara determinación de salir de ahí con un libro entre mis manos. Escudriño contraportadas y analizo cada rincón. Filosofía. Diseño. Novela histórica. Ensayo. Palabras e ideas por todos lados. Abrumador. Se me da mal elegir. Las últimas compras han acabado en lecturas no terminadas. Desconozco qué le gusta realmente leer a la cuasi-adulta que soy. ¿Cómo se elige bien?
Durante ese tiempo de deriva, un número considerable de personas entran en la librería. Escucho cómo se saludan con los tenderos. Se llaman por sus nombres, hablan de la familia, los días festivos. Hablan de las ausencias, las pocas ganas de celebrar este año, o las muchas. Abrazos, apretones de mano. Hablan de libros, los que les han gustado, y los que aborrecen.
Cuánto tiempo. Vente a la próxima presentación. Que pases buenos días.
Mientras paso desapercibida en mi búsqueda sin rumbo, no paro de pensar en la calidez que emana de cada pequeño encuentro. Y qué bonito sería formar parte de ello. Y qué gusto saber de editores y autoras, hablar de clásicos y de la vida. Todo en un mismo sitio.
Cojo un libro. No recuerdo cuál. ¿Me gustó? Probablemente no lo termine. Pago y me marcho. El momento ha terminado sin yo mediar palabra.
No lo sabía entonces, pero aquella tarde, víspera de fiesta en aquella librería, se quedaría grabada en mi memoria 20 años después y, aunque viviera al otro lado del océano, me aseguraría de volver en esas fechas a ese mismo lugar para envolverme de libros y ser testigo de encuentros. No sabía entonces que volvería en cada visita al nido. En días ligeros y de buen humor. Y en días terribles que buscan el confort que pueden dar las letras. Sobre todo, no me imaginaba que un día me convertiría yo en pieza de ese universo. Que formaría parte de los saludos por tu nombre. De las conversaciones sobre libros y el mundo.
Quizás, ahora se entienda mejor por qué cuando la gente me pregunta si echo algo de menos desde que vivo en un pueblo, lo único que me venga a la mente sea siempre la misma frase:
Solo echo de menos una cosa de la ciudad. Tener una librería cerca.
Un pedazo de paseos previos
Hay pocas cosas mejores que dar un paseo que incluya la merienda. Eso sí, paseantes, siempre con permiso.
Un capricho de lectura
Lo reconozco, soy más de novedades literarias que de ir a los clásicos, pero la edición de Campos de Castilla de Machado, ilustrado por David De la Heras, es un paseo visual lleno de luces de atardecer, paisajes invernales y raíces que me ha enamorado.
Probablemente, ha quedado claro en este paseo, que soy fiel defensora de las librerías independientes así que sobre decir que os recomiendo que este libro, y todos los que se os antojen, los compréis en ellas. O los consigáis de segunda mano. O visitéis vuestra biblioteca más cercana.
En estos días se tiende a pensar en lo que se vendrá los próximos 12 meses del año, pero a mí me pasa lo contrario. Ahondo en las profundidades de lo vivido para intentar digerirlo y me tomo todo el mes de enero para aceptar que se viene un nuevo ciclo. Sea cual sea tu formato, espero, sobre todo, que sea el que más te nutra y que la vorágine del momento no tome la delantera
Nos vemos en la próxima Vereda 👋