Vereda #29. Una habitación con plantas
— Yo lo que querría es poder tener una planta — dijo de repente.
Me pilló por sorpresa y tardé unos segundos en reaccionar. — ¿A qué te refieres?
— Viajo tanto que todas las plantas que tengo se mueren. Siempre he querido una habitación llena de ellas. Ahora me conformaría con poder cuidar al menos de una.
Como si nada, la conversación continuó hacia temas de trabajo. Ella era mi clienta y, en esa época, yo vivía a 7.000 km de aquí. También pasaba mucho tiempo viajando, pero podía tener plantas, así que me di cuenta de que, a pesar del cansancio y el desarraigo que arrastraba en aquel entonces, no estaba en el extremo de la cuerda. Fue la primera vez, sin embargo, que identifiqué perfectamente hasta dónde podía llegar si nada cambiaba.
Ahora, paso todo el tiempo que puedo aprendiendo a cuidar del jardín. Germinando semillas, replantando rosales, leyendo sobre cómo atraer polinizadores, podando y fracasando estrepitosamente en varios de mis intentos.
Es curioso, cuando me preguntan cuándo supe que quería vivir en un pequeño pueblo, mi mente suele volver a ese instante y me pregunto que será de aquella clienta y si tendrá por fin su habitación con plantas.
Una buena excusa para salir de paseo
Voy a confesaros que nunca me ha gustado pasear. De pequeña solo lo hacía gustosa si mis padres me prometían un pequeño aliciente gastronómico al final, también conocido como una tapa. Como adulta, he mantenido esta costumbre de pequeñas recompensas por salir. Un café con libro en la cafetería del barrio, una compra furtiva.
Vivir en el campo no ha cambiado radicalmente esta tendencia. Es cierto que ahora el aliciente es la propia naturaleza, la serotonina que libera mi cuerpo, la descarga de estrés que se queda en la tierra. Dicho lo cual, una no deja de ser una por cambiar de contexto y sigo necesitando mis excusas para salir. Aprender es mi espacio feliz y la herbología es la combinación perfecta de mente y cuerpo. Libro o móvil en mano, salgo a reconocer todas las variedades que puedo, a entrenar a mis ojos cómo leer el paisaje y cómo identificar sus cambios. Gracias a estos paseos sesudos comencé a sentir curiosidad por las mariposas a las que siempre me encontraba por los caminos.
Así he descubierto que son bioindicadores, es decir, que nos cuentan como está el paisaje, — oh, sorpresa, no está nada bien—. También he aprendido el concepto de “Oasis de mariposas”, espacios al aire libre creados especialmente para favorecer su desarrollo y una auténtica fantasía para los sentidos.
Sin olvidar nunca que los espacios naturales hay que cuidarlos y nunca saturarlos, os dejo aquí un mapa de Oasis creado por la Asociación Zerynthia. Si el tema os enamora tanto como a mí, quizás acabemos estudiando en compañía como crear uno propio.
Espero que podáis disfrutar de vuestras plantas o de las que tengáis por vuestras calles, parques y montes. Nos vemos en la próxima Vereda 👋