Tengo un cuaderno de pensamientos que suelo llevar a todas partes. Eso y un libro con unos cuantos marcapáginas y lápices. Lo hago desde hace años. Van conmigo a los paseos solitarios pero también a las salidas con gente o a las mañanas de recados. Frente a la timidez que cada vez tengo menos reparo en admitir y que ya he entendido, me acompañará toda la vida, los libros y cuadernos consiguen darme cierto grado de seguridad. Soy capaz de sentarme sola en un banco del pueblo si me acompañan. Sin ellos, buscaré espacios donde las posibilidades de encontrarme con alguien sean ligeramente más remotas.
Pasados estos años de observar rutinas del pueblo, encuentro que también aquí, existen quienes, poco interesados por el bullicio de los días de vermut, se escabullen entre calles estrechas mirando ligeramente hacia abajo, ocultándose tras los cristales de sus tractores y tras sus quehaceres para no tener que pararse a hablar. He notado también las sutiles diferencias que te indican los saludos. Cómo un “¡hombre! ¿qué tal?” abre un espacio a todos los minutos de conversaciones del mundo, y un “bueno” dicho con un tono que solo aquí se entendería como un saludo, deja poca duda a la nula intención de frenar el paso y darse al intercambio de palabras. También están los “pero cuánto tiempo hacía que no te veía” y los “qué caros sois de ver” que quiero pensar mezclan el reproche ligero con un echar de menos. Como quien tras un tiempo viendo una pieza nueva del puzzle se ha acostumbrado a ella y la echa en falta cuando desaparece.
Os confesaré que pensaba que al vivir en un pueblo en el que casi todo el mundo se conoce, mi forma de entender lo social cambiaría radicalmente. Que yo cambiaría radicalmente; visitando casas de vecinas de manera espontánea; recibiendo gente en el salón en cualquier momento; buscando el encuentro constante. Y aunque algunos hábitos ciertamente han cambiado y la calidez de salir a la calle y ver caras conocidas sigue envolviéndome, mis patrones más íntimos, mis señas de identidad más férreas, han recuperado el lugar antes ocupado por la vorágine de la novedad. Y me encuentro buscando, como aquellos que una vez percibí como ajenos a la vida del pueblo, las calles pequeñas; los espacios de paseo en los que poder estar sola; los momentos en los que elegir exactamente con quién quiero encontrarme.
Este reajuste de dinámicas pide, en este contexto particular, de paciencia. Como si todo lo que hicieras tú tensara el hilo que te conecta con el resto con extrema facilidad. Si tiras demasiado, podría romperse pero si encuentras el equilibrio justo, podrías encontrar la fórmula que te permite ser exactamente quien eres en cualquier lugar. Sintiéndote parte de algo, sabiendo que el hueco que llena la pieza que tú eres seguirá ahí.
Durante estas semanas de Vereda silenciosa, más de 100 personas os habéis unido a los paseos. No sé quién os ha hablado de este lugar ni cómo habéis llegado hasta aquí pero sabed que me alegro de que nos hayáis encontrado.
Nos vemos en la próxima Vereda 👋
qué bonitoooo
Que bien que nos dejes acompañarte en estos paseos.
Gracias 💛