Llevamos toda la semana arreglando el jardín. La falta de costumbre de cuidar lo vivo año tras año, el calor y el frío a destiempo de esta primavera loca, y las vorágines que, también en el pueblo, llegan a veces, habían convertido ese plan de oasis en un re-wildering (re-asalvajamiento) no voluntario. Entre cavar, quitar hierbas y poner baldosas, noto como mi cuerpo, aún demasiado hecho al ordenador y la silla, se queja. La mente, sin embargo, se relaja y deja espacio para que el entorno le hable y le diga qué toca hacer. Cava, descansa, riega, para, pasea, bebe, duerme, trabaja.
Es cierto que me adapto mejor que nunca a los ciclos del año. He entendido que comer cerezas directamente del árbol es un lujo que dura unas pocas semanas. Y que la leña del invierno se empieza a planear cuando aún pega la torrina de Agosto. Que las cosas se hacen cuando hay que hacerlas, no por cabezonería sino por equilibrio con lo demás. Lo que para mi en un principio sonaba a obligación e incluso a frustración por perderme cosas, se empieza convertir -muy poco a poco-, en hábito integrado. Una especie de dejarse llevar en el que el ego toma el segundo puesto.
Con el tiempo, me he dado cuenta de que aquí no abunda el que habla y no hace. Cuando se da el caso, se hace obvio y gusta más bien poco. Existe una relación con el hacer que nace mucho del territorio y de lo que necesita en cada momento. Quizás por eso se pasa de la idea a la acción casi de inmediato. Un barbecho más que breve y un prueba-error constante. Chúpate esa, metodología ágil. Aún teniendo la certeza de que esto ha sido así desde que habito este lugar, no sé si hacer de ello una conclusión general, una excepción o una simple anécdota que se repite una y otra vez. Por mi parte, he acabado cuidando más mis palabras a la hora de comprometerme a algo. Aprovecho los momentos de intensidad que trae el campo y los conecto con mis propios ritmos con mayor o menor éxito. Interpreto y aplico cuándo toca adaptarse y cuándo tirar. Hago de otra manera. Quiero pensar que una mejor.
🔈 Puedes escuchar aquí la versión narrada.
🪶 Una cosa que puedes hacer ya mismo
Nos estamos asando de calor en buena parte del mundo. Veo los montes secarse antes de tiempo y escucho con la piel de gallina las noticias sobre incendios. En esta casa somos mucho de echar un cable a los pájaros, ya sea para hacerles un hueco para su nido, facilitarles la comida en invierno o, como toca ahora, darles un respiro ante este calor sofocante. Aquí tienes algunas recomendaciones de bebederos que puedes poner en tu terraza o balcón.
🏡 Ser turista en el pueblo
He llegado a ese punto en el que me preocupa parecer poco hospitalaria. No debo olvidar que fue precisamente encontrarme con brazos abiertos lo que me llevó a quedarme donde estoy. Aún así, lo suyo es que esa hospitalidad sea recíproca o que por lo menos entendamos cuanto antes que los pueblos, por mucho que a veces nos lo quieran vender así, no son resorts ni zoos adaptados a las vacaciones ideales de unos pocos. Esta sencilla imagen, que descubrí gracias a Mallata, resume bastante los mínimos. Ligerito, que es verano.
🧵 ¿Artesanía o arte?
Hablando de cambiar nuestra relación con el hacer, quería compartiros el trabajo artístico-textil de Regina Dejiménez del que soy fan desde hace tiempo. Detrás de su obra hay una intención muy clara: frente a la devaluación de las labores textiles, tradicionalmente asociadas a las mujeres y a lo doméstico, reivindicación para considerarlas arte. Ella lo explica muy bien aquí.
Quizás hacerme una foto con una piqueta pueda parecer extraño. Para mi, es un recordatorio de lo bien que sienta sacarte a ti misma al exterior y trabajar con el cuerpo. Cada cual con sus símbolos. Nos vemos en la próxima Vereda 👋
Como mujer viviendo en un pueblo enano que soy, este texto me ha llegado al corazón ❤️🩹 llevo unas semanas comiendo cerezas director del árbol y ahora ya no quedan... la huerta empieza a dar sus frutos y los pájaros me cantan día tras día.
Me ha parecido una serendipia muy bonita encontrarme con esto hoy, gracias 🥹